by Primo Gonzalez
En septiembre del año 1960 fue creada en Bagdad la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Si el guión que ha escrito en los últimos meses el presidente ruso, Vladimir Putin, se cumple, el 9 de abril es probable que nazca en Doha, Qatar, la Organización de Países Exportadores de Gas. Europa está sintiendo una creciente inquietud ante el nacimiento de esta nueva organización, que está llamada a convertirse en un importante grupo de presión económico y quizás político en el futuro. Sus integrantes son Rusia (líder indiscutible del grupo), Irán, Qatar, Venezuela y Argelia. Los resultados de la reciente cumbre energética europea no han tenido suficientemente en cuenta los riesgos que para Europa se presentan como consecuencia de esta nueva organización de productores de energía.
El gas natural va a representar probablemente el nexo de enlace, desde el punto de vista energético, entre el petróleo y la energía del futuro. Su importancia radica en su elevada disponibilidad, ya que es un combustible de fácil manipulación y que no requiere grandes transformaciones para su consumo, a diferencia del petróleo. Tiene una dificultad en relación con el crudo y es su carácter gaseoso, que obliga a construir grandes conducciones para su transporte ya que entre los centros de producción y los centros de consumo existen distancias importantes, las que separan al primer mundo de los países de baja renta, por lo general situados en Orienta Medio y en algunas zonas de Africa, sobre todo el Magreb. En algunos casos, el gas se licúa para su transporte por barco, lo que exige luego un proceso de regasificación, es decir, dos estaciones de transformación que conllevan elevadas inversiones, una a boca del yacimiento, otra en el puerto más próximo a los centros de consumo.
Pero además de su alta disponibilidad, reflejada en unas importantes reservas que contrastan con las decrecientes existencias mundiales de crudo, el gas natural cuenta con una cierta ventaja desde el punto de vista medioambiental, al tratarse de un combustible más limpio, además de resultar más barato por unidad de calor. Un tercer factor que apoya su demanda creciente de cara al futuro es la ambigüedad, cuando no la cerrada oposición, que existe en muchos países desarrollados a la utilización de la energía nuclear como complemento de las demás fuentes energéticas. El veto al desarrollo a gran escala de la energía nuclear está poniendo en valor a las demás fuentes energéticas y el gas natural es el más fiel exponente de esta situación. Llama la atención que están siendo los países con mayores reservas de gas natural los que están impulsando el desarrollo de la energía nuclear, a lo que se resisten, con argumentos poco sencillos de entender desde la lógica, los países desarrollados que tienen una mayor dependencia energética frente al exterior. El caso de España es uno de los más llamativos.
El gas natural tiene, al igual que el petróleo, riesgos políticos indudables. Si el crudo está principalmente concentrado en tres países (Arabia Saudí, Irán e Irak, poseedores del 43% de las reservas mundiales de petróleo), el gas natural cuenta también con un alto grado de concentración geográfica y, desde luego, política. Rusia, Irán y Qatar (tres de los cinco patrocinadores de la nueva OPEP del gas) tienen más del 56% del gas del que se tiene constancia en estos momentos como reservas probadas. Si en la OPEP existe un predominio indiscutible de Arabia Saudí como primera potencia que impone sus criterios a sus colegas debido a su potencial productivo, en el terreno del gas natural ese papel lo desempeña Rusia, que cuenta con las mayores reservas de gas del mundo.
Es fácil suponer, con estas cifras, el miedo escénico que se ha extendido en las últimas semanas a lo largo y ancho de la Unión Europea, máxime cuando se recuerdan las decisiones adoptadas por Rusia a la hora de cortar el grifo de los suministros a aquellos países consumidores que se resistían a aceptar las condiciones de pago. Pasar de un predominio árabe a otro ruso en materia energética no augura nada bueno a las economías europeas ni a los márgenes políticos necesarios para mantener unas relaciones de buena vecindad con el coloso ruso, que se vislumbra como una auténtica amenaza para la Unión Europea. En estas condiciones, la necesidad de formular una política energética más autóctona e independiente del exterior se convierten en asunto no sólo preferente sino urgente.
En septiembre del año 1960 fue creada en Bagdad la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Si el guión que ha escrito en los últimos meses el presidente ruso, Vladimir Putin, se cumple, el 9 de abril es probable que nazca en Doha, Qatar, la Organización de Países Exportadores de Gas. Europa está sintiendo una creciente inquietud ante el nacimiento de esta nueva organización, que está llamada a convertirse en un importante grupo de presión económico y quizás político en el futuro. Sus integrantes son Rusia (líder indiscutible del grupo), Irán, Qatar, Venezuela y Argelia. Los resultados de la reciente cumbre energética europea no han tenido suficientemente en cuenta los riesgos que para Europa se presentan como consecuencia de esta nueva organización de productores de energía.
El gas natural va a representar probablemente el nexo de enlace, desde el punto de vista energético, entre el petróleo y la energía del futuro. Su importancia radica en su elevada disponibilidad, ya que es un combustible de fácil manipulación y que no requiere grandes transformaciones para su consumo, a diferencia del petróleo. Tiene una dificultad en relación con el crudo y es su carácter gaseoso, que obliga a construir grandes conducciones para su transporte ya que entre los centros de producción y los centros de consumo existen distancias importantes, las que separan al primer mundo de los países de baja renta, por lo general situados en Orienta Medio y en algunas zonas de Africa, sobre todo el Magreb. En algunos casos, el gas se licúa para su transporte por barco, lo que exige luego un proceso de regasificación, es decir, dos estaciones de transformación que conllevan elevadas inversiones, una a boca del yacimiento, otra en el puerto más próximo a los centros de consumo.
Pero además de su alta disponibilidad, reflejada en unas importantes reservas que contrastan con las decrecientes existencias mundiales de crudo, el gas natural cuenta con una cierta ventaja desde el punto de vista medioambiental, al tratarse de un combustible más limpio, además de resultar más barato por unidad de calor. Un tercer factor que apoya su demanda creciente de cara al futuro es la ambigüedad, cuando no la cerrada oposición, que existe en muchos países desarrollados a la utilización de la energía nuclear como complemento de las demás fuentes energéticas. El veto al desarrollo a gran escala de la energía nuclear está poniendo en valor a las demás fuentes energéticas y el gas natural es el más fiel exponente de esta situación. Llama la atención que están siendo los países con mayores reservas de gas natural los que están impulsando el desarrollo de la energía nuclear, a lo que se resisten, con argumentos poco sencillos de entender desde la lógica, los países desarrollados que tienen una mayor dependencia energética frente al exterior. El caso de España es uno de los más llamativos.
El gas natural tiene, al igual que el petróleo, riesgos políticos indudables. Si el crudo está principalmente concentrado en tres países (Arabia Saudí, Irán e Irak, poseedores del 43% de las reservas mundiales de petróleo), el gas natural cuenta también con un alto grado de concentración geográfica y, desde luego, política. Rusia, Irán y Qatar (tres de los cinco patrocinadores de la nueva OPEP del gas) tienen más del 56% del gas del que se tiene constancia en estos momentos como reservas probadas. Si en la OPEP existe un predominio indiscutible de Arabia Saudí como primera potencia que impone sus criterios a sus colegas debido a su potencial productivo, en el terreno del gas natural ese papel lo desempeña Rusia, que cuenta con las mayores reservas de gas del mundo.
Es fácil suponer, con estas cifras, el miedo escénico que se ha extendido en las últimas semanas a lo largo y ancho de la Unión Europea, máxime cuando se recuerdan las decisiones adoptadas por Rusia a la hora de cortar el grifo de los suministros a aquellos países consumidores que se resistían a aceptar las condiciones de pago. Pasar de un predominio árabe a otro ruso en materia energética no augura nada bueno a las economías europeas ni a los márgenes políticos necesarios para mantener unas relaciones de buena vecindad con el coloso ruso, que se vislumbra como una auténtica amenaza para la Unión Europea. En estas condiciones, la necesidad de formular una política energética más autóctona e independiente del exterior se convierten en asunto no sólo preferente sino urgente.
0 comments:
Publicar un comentario